En pleno asueto de la Semana Santa, la sociedad banileja ha sido sorprendida con la noticia de la destitución de la magistrada Cecilia Báez, de una función en el tren judicial, en la cual cobró notoriedad por su recto proceder frente a los agresores, violadores sexuales y protagonistas de hechos tipificados como violencia de género.
La profesional idónea, responsable y comprometida con el sacro oficio de impartir justicia, ha sido suspendida. Ante esa realidad se levantan lluvias de rumores y conjeturas, donde algunos señalan factores de orden político, llegándose a suponer que, al parecer hay teclas intocables, exclusivas, que gravitan en el espacio reservado a seres supraterrenales, cuyas acciones, -por más degradantes- que parezcan ante la sociedad, deben merecer el privilegio de la impunidad.
La magistrada Cecilia Báez, en el cumplimento del deber, deja su impronta de mujer apegada al derecho, la razón y la conciencia: elementos perturbadores para quienes aspiran a vivir en el desórden. Y en su ejercicio, siempre le vimos tocar las teclas, con los mismos acordes de sus acostumbradas notas, mostrando su equilibrada destreza de profesional ceñida a cumplir con el rol de frenar los maltratos a mujeres que son vejadas, golpeadas física y espiritualmente por hombres indolentes.
En una sociedad machista, y por demás corrupta, donde los feminicidios, las violaciones sexuales, los golpes y malos tratos están a la orden del día, lo menos a lo que podemos aspirar es a contar con funcionarios honestos, de comportamiento ético, y dispuestos a marcar la diferencia. Ojalá que la antorcha en el área de atención a víctimas de violencia de género, en la Fiscalía de la provincia Peravia, se mantenga siempre encendida para avistar con claridad a quienes merezcan ser medidos con la vara de la justicia.