Más allá del surgimiento de nuevos brotes del COVID-19, de la viruela del mono y de otros virus que se constituyen en amenazas para la salud de la población, debemos prestar atención a un peligro mayor, cuyo efecto devastador puede causar la desintegración de la sociedad dominicana.
Y no exageramos. Es un problema que venimos padeciendo desde antes de la fundación de la República, que se intensifica, se va expandiendo y cobra fuerza sin que nadie lo detenga. Es un peligro que a veces pensamos haber superado, y que luego reaparece cargado de mentiras y acusaciones falsas. Estamos hablando de la emigración haitiana hacia la República Dominicana, donde se presentan dos versiones distintas.
Una busca confundir a la opinión pública tildando al pueblo dominicano de racista, mientras que de este lado, nos colocamos a la defensiva para desmontar la cadena de mentiras vertidas en foros y organismos internacionales. La verdad que hemos escuchado siempre es que los haitianos entienden que la isla entera les pertenece.
Obviamente, contrario a otros tiempos, sin enfrentamientos armados, los nacionales haitianos vienen penetrando de forma masiva al territorio dominicano, muchos con visas y recursos, otros profesionales que llegan con contratos de trabajo, y la mayoría cruza la frontera sin documentos para establecerse en el país. Y están aquí, ofreciendo su fuerza de trabajo, con la anuencia de un empresariado que teme quedar en bancarrota sin la mano de obra haitiana.
Por esa razón, son mayoría en el sector construcción, en los campos agrícolas, y se cuentan más de 350 mil en áreas de servicios como el turismo, comercio y ventas callejeras, así como también en servicios domésticos, jardinería, y hasta en los ayuntamientos. Esto, por supuesto, no representaría un grave daño de no haber colapsado el Estado haitiano, convertido en un campo de guerra donde manda la delincuencia. El mundo debe saber que el pueblo haitiano vive atrapado entre bandas armadas que siembran la muerte y el terror en la población, intensificando los secuestros y homicidios sin que las autoridades puedan impedirlo. De ahí el peligro.
Los vaticinios podrían cumplirse. Haití es una bomba de tiempo a punto de estallar.
De ahí la necesidad de reforzar la custodia de nuestra frontera para frenar la migración ilegal y una posible estampida hacia nuestro territorio. Y no se trata de xenofobia, odio o racismo por ser negros y pobres, es que el Estado dominicano no cuenta con las posibilidades económicas para asumir el costo de salud y educación para una cantidad exagerada de haitianos. Y es que en la actualidad esto representa más de 10 mil millones de pesos al año.
Entonces, el muro es necesario, como también mantener la seguridad y la vigilancia, porque estamos observando la falta de interés de la Organización de las Naciones Unidas, así como también de las potencias que se han nutrido del país vecino, como Francia, Canadá y los Estados Unidos. Por eso, el peligro de una estampida conlleva prepararnos, aunque tengamos que escuchar a un funcionario del gobierno acusando de racistas a los ciudadanos de su propio pueblo.!!