Cuando la impotencia abate a la población, cualquier denuncia se puede considerar como un desahogo frente a la indiferencia de quienes se niegan a escuchar. Así ocurre con el Sistema de Seguridad Social, donde los ciudadanos de abajo son estafados por el propio Estado que se niega a retribuirles los recursos que les han descontado por el fruto de su trabajo.
Hemos llegado tan lejos, que la seguridad social se percibe como un sueño inalcanzable para quienes han agotado su vida útil, ya desvalidos, sin posibilidades de seguir viviendo por falta de medicinas y alimentos.
Son muchos los ejemplos de pobres ancianos que se arrastran, mendigando del Estado una pensión o jubilación que hace décadas se han ganado. Por igual ocurre con trabajadores activos que han sido sorprendidos por accidentes en el trayecto a lugares de trabajo, donde enfrentan la indolencia de las Administradoras de Riesgos Laborales, que parecen manejadas por seres deshumanizados, dispuestos a desangrar y dejar morir a quienes entran en condiciones de discapacidad física.
Para muestra tenemos el caso de un humilde trabajador que resultó accidentado y la ARL le negó sus derechos porque no tenía licencia de conducir, como si éstos fueran Tribunal de Tránsito. Luego de un duro batallar, la SISALRIL se pronunció por igual, pero por suerte, el Consejo Nacional de la Seguridad Social ordenó a la Administradora de Riesgos Laborales que pagara todos los derechos del trabajador. Pero no conforme, la ARL recurrió la decisión ante el Tribunal Superior Administrativo, y el alto Tribunal reafirmó la decisión de que se reconozcan los derechos del trabajador.
Hoy, siete años y ocho meses después, la ARL le paga como retroactivo por seis años transcurridos, la mísera suma de 25 mil pesos. Un solemne abuso que evidencia los pocos avances que hemos logrado con un sistema de seguridad social que le niega al que trabaja los recursos ganados con el sudor del sacrificio.
Y del otro lado, casi colocados en los “santos altares” de las desigualdades, están los súper funcionarios que se autopensionan con sumas millonarias, contrario a los ciudadanos de abajo que no merecen ser pensionados después que lo dieron todo para servir al Estado.