En el campo de la política, como parte de la dialéctica, surgen las contradicciones entre fuerzas antagónicas que se disputan el control del Estado. Las pugnas entre partidos, en sociedades democráticas, se entienden como una señal de avance en el libre juego de las ideas, entendiendo la importancia del contrapeso político en la toma de decisiones.
Así, gobernantes y gobernados, están conminados a sentarse en la mesa del diálogo para buscar salidas negociadas ante situaciones que comprometan al Estado. De un lado, el oficialismo gobernante, y del otro los opositores organizados en partidos minoritarios, están llamados a juntarse, respetando las normativas constitucionales, para procurar conciliar ideas que garanticen la gobernabilidad.
Todo régimen considerado democrático acuña como base fundamental el respeto a las minorías; sin embargo, lo que estamos viviendo en la nación dominicana nos conduce a pensar que en la actual coyuntura política se está imponiendo la ley del más fuerte, en vez del consenso. Es lamentable observar cómo en el litoral opositor se reproducen las debilidades que generan este desbalance institucional, afianzado en la crisis de liderazgo, en la fragilidad de las entidades políticas y ante la ausencia de una ley de partidos.
Ahora bien, ante el cuestionamiento de la población por la insípida oposición política, es perceptible la falta de liderazgo: El pueblo carece de líderes que les represente, líderes que conecten con las mayorías y asuman el desafío de luchar por la defensa de sus intereses. Para muestra basta un botón… Cuál es el líder que representa la oposición política en la provincia Peravia? La respuesta es obvia, ya que no contamos con una figura capaz de infundir el respeto necesario para guiar a nuestro pueblo por la ruta de la esperanza.
Y así como estamos aquí se encuentra el país, como barco a la deriva, conducido bajo la voluntad de los que están arriba, mirando cómo los de abajo permanecen a la espera de un milagro para trepar al barco del Estado dominicano.