Las ciudades hablan, proyectan y delatan la cultura de los pueblos. Basta observar el discurrir de la población, -ver cómo actúan y se conducen sus munícipes-, para identificar como son. Hoy nuestra ciudad apunta hacia el modelo degenerativo que reniega de los principios de civismo que antes exhibíamos con orgullo.
Pero más que eso, estamos asumiendo como normal el comportamiento irracional de no respetar las señales de tránsito. Así vemos a cientos de conductores imprudentes que se desplazan de forma temeraria frente a las narices de las autoridades. Y es que de nada sirven las leyes y resoluciones municipales que nadie cumple.
El cuadro más patético del irrespeto lo vivimos el pasado fin de semana, cuando un hijo de nuestro pueblo, el señor Arismendy Jiménez, murió aplastado por un vehículo pesado en pleno centro de la ciudad, en una calle que irónicamente tiene un letrero que indica no transitar en ese tipo de vehículos.
La realidad es que los agentes de tránsito lucen decorativos, acomodados a montar operativos a la entrada de la ciudad, mientras ignoran imponer orden y respeto en pleno centro, donde pocos respetan las vías señalizadas, y mucho menos los semáforos.
Y vemos las calles atestadas de vehículos parqueados y circulando en vías contrarias, camiones de todo tipo atravesando con sus pesadas cargas por calles prohibidas, y motoristas sin el casco protector y, otras menudas violaciones que pasan desapercibidas ante los agentes de tránsito.
He ahí la diferencia entre ciudades donde los ciudadanos respetan y donde no respetan. Entonces, seguiremos contando víctimas como la pérdida irreparable de Don Arismendy Jiménez, mientras las autoridades están de fiesta.