Nunca han dejado de soplar en el Estado dominicano. Son vientos huracanados, vientos que arrastran a la miseria, que provocan tragedias y daños irreparables. Vientos que marcan y laceran el alma, dejando a miles de ciudadanos postrados en el ancho camino de las desigualdades. Son los vientos del derroche de millones de pesos que se malgastan para favorecer a individuos que se nutren del Estado, personajes que nunca han trabajado y devengan sumas millonarias.
Y mientras soplan con fuerza los vientos del dispendio, escuchamos a voceros del gobierno pregonar a los cuatro vientos que la economía está creciendo, que el país vive su mejor momento con un desempeño superior al seis (6) por ciento. Y como es natural, la población dominicana está en una posición envidiable con relación a los demás países de América Latina, producto de las políticas orientadas a elevar las condiciones de vida de los más necesitados.
Por esa razón, es entendible que desde la administración de los fondos públicos le repartan a los senadores la friolera de millones de pesos para celebrar fechas especiales, y que por igual pongan a disposición de los honorables diputados, los recursos del Estado, mientras que del otro lado, tenemos atestado de vicecónsules a todos los consulados, cientos de viceministros sin oficinas operativas y miles de políticos enganchados en consejos creados para justificar los vientos del dispendio.
Sin embargo, lo más que podemos esperar es que todo siga igual, sin importar quién esté al frente del tren gubernamental.