La sociedad dominicana está asumiendo una conducta malsana que poco aporta a la práctica política orientada a fortalecer la cultura democrática. Y es que previo a cada proceso electoral se reproducen las mismas acciones, vuelve la campaña sucia, los rumores y especulaciones, y es recurrente escuchar las acusaciones que al final nadie logra demostrar.
Lo peor es que se va aceptando como normal el refrán “Difama que algo queda”, y así se juega con la moral de las personas que optan por participar en la contienda electoral. Obviamente, como no existe un régimen de consecuencias, los difamadores siguen su camino sin que les caiga el peso de la justicia.
El ejercicio político en la República Dominicana está sujeto a toda clase de ataques malintencionados, que buscan menguar el liderazgo y las posibilidades de los adversarios. Todo esto cobra fuerza cuando se trata de un candidato popular frente al electorado. La campaña sucia, llena de descrédito, ha llevado a personas honorables a ausentarse de los escenarios, dejando la actividad política en manos de los menos comprometidos con generar los cambios que demanda la sociedad. ¿Cómo pedir a las personas serias, honestas y de vocación de servicio que se expongan al sacrificio de ver rodar por el piso sus valores éticos y morales, por parte de individuos sin escrúpulos? En ese cuadro degradante es mucho lo que se pierde, aunque es digno reconocer que muchos se arriesgan para que no todo se pierda.
La política tradicional, con sus colores y matices, es también el espacio ideal para que una gran parte del pueblo tome a chercha lo que se debe tratar en serio. Y así seguimos con candidatos devaluados, con electores sin esperanzas en el resurgimiento de un nuevo liderazgo, sin propuestas de soluciones a los grandes problemas que enfrenta la nación, y viendo cómo lejos de avanzar seguimos estancados. Ojalá podamos despertar en un sistema político donde se respeten a los ciudadanos y se pueda participar sin temor a las mentiras que sólo salen en medio de la zafra electoral.