En medio de la presente cuarentena, con la inusual forma de anunciar las designaciones de los nuevos ministros que asumirán sus cargos a partir del 16 agosto, el presidente electo, Lic. Luis Abinader, acaba de informar al país que en lo adelante dejará de existir la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE), un adefesio instituido por el doctor Joaquín Balaguer y que ha permanecido hasta hoy.
El anuncio, más que las designaciones de los nuevos ministros, ha sido aplaudido por un pueblo que ha permanecido atento al curso de los acontecimientos que se han generado a raíz de los tantos escándalos que se han protagonizado desde esa dependencia estatal que fue creada bajo el pretexto de dar seguimiento a las obras y proyectos en ejecución. Sin embargo, la verdadera intención era contar con una plataforma para amasar miles de millones de pesos teniendo a manos un holgado presupuesto.
De ahí que desde ese espacio salieron a relucir las más grandes estafas y maniobras corruptas en contra de humildes ingenieros contratistas que en el peor de los casos optaron por quitarse la vida.
Ahora que el próximo presidente anuncia que la OISOE no va más, que el Estado se quitará la costra que representa esa dependencia onerosa, y que las obras del gobierno serán dirigidas y supervisadas a través del Ministerio de Obras Públicas, tenemos derecho a pensar en una buena señal en el camino de la transparencia que el pueblo desea.
Que la Oficina Supervisora de Obras del Estado quede como un nefasto recuerdo del pasado, y que jamás vuelva a resurgir en la administración pública es una gran conquista que debemos aplaudir.
Esa y otras acciones que indican el curso de una gestión que se perfila y proyecta decidida a marcar la diferencia, son las razones para pensar en un ejercicio ético desde el gobierno.