El pueblo llano, con su sabia experiencia, puede vaticinar lo que va a ocurrir mañana tan sólo con observar las menudas acciones que se producen en el entorno. En muchas ocasiones, sin facultades premonitorias, los ciudadanos advierten lo que pueden esperar de un gobierno, o simplemente de quienes les prometen cambiarles la suerte.
Entre tanto, los que hasta ahora no han tenido suerte con ningún gobierno han sido los que durante décadas plantaron sus inversiones en la zona costera de la provincia Peravia, los que confiaron en el potencial turístico del área y creyeron en las promesas de decenas de políticos que dieron su palabra como garantía de que sus carreteras serían acondicionadas y asfaltadas como aporte sustancioso al desarrollo de la llamada industria sin chimeneas.
Tramos de apenas dos y tres kilómetros nunca han visto asfalto, abandonados, con zanjas y peñascos que limitan el tránsito. La verdad es que mientras hay provincias con todas las vías de acceso a las montañas completamente asfaltadas, a la provincia Peravia nunca ha llegado nada, ni siquiera un cubo de asfalto para los espacios habilitados por la naturaleza para la recreación y el sano esparcimiento de la familia.
Desde Nizao hasta Sabana Buey, aunque parezca mentira, la provincia no ha merecido que una carretera que conduzca a la zona costera haya sido intervenida.
Hasta hoy, quienes han decidido invertir, como el caso de los propietarios del proyecto Caney Beach Home, en Matanzas, lo han hecho con la esperanza de encontrar un gobierno con funcionarios visionarios, competentes y dispuestos a motorizar el progreso apoyando las inversiones existentes y animando a los emprendedores que están a la espera de señales positivas para iniciar sus proyectos. Obviamente, viendo la buena disposición del ministro de obras públicas, y los diligentes trabajos de asfaltado que se están realizando en esta ciudad, muchos han comenzados a vaticinar que llegó la hora de asfaltar los tramos que conducen a la zona costera.
Claro está, estos vaticinios parten de lo que observamos, y no por aquello de que a los ciudadanos le estén comiendo las manos, como a Franklin Mirabal. Por lo pronto, sólo nos queda esperar.