En las últimas décadas, como aporte trascendente de la modernidad, la humanidad ha sido impactada por los grandes avances de la tecnología, alcanzando niveles de desarrollo que implican asumir nuevos retos y desafíos en el área educativa. En ese sentido, las sociedades más avanzadas son reconocidas por sus aportes a nivel científico, tecnológico y formativo.
Todo esto, al amparo de los valores y principios consagrados en la declaración universal de los derechos humanos.
Ahora que nos encontramos en la Era de la Tecnología, donde dejamos atrás las rudimentarias formas de comunicar, para dar paso a las modernas salas de prensa, debemos evaluar el desempeño de quienes hacen uso de las nuevas tecnologías de la información, aprovechando las facilidades que tienen al alcance de sus manos.
Y es que en un mundo globalizado, al que suelen llamar “aldea global” es difícil controlar a quienes se dedican a mal informar, presumiendo ser los primeros en presentar los hechos en tiempo real. Ese afán de protagonismo sin criterio profesional es lesivo para la sociedad, ya que el ciudadano común pierde la perspectiva y confunde la información periodística con las notas servidas por las redes sociales, desprovistas de los recursos de investigación y redacción que son elementales para un correcto y adecuado manejo de la información.
El periodista al dar a conocer la noticia la certifica con su identidad, y en ella suma el peso de la credibilidad sin la cual perdería el aval frente a la sociedad.
Obviamente, del otro lado, como antítesis de la prensa, está el que sin pudor ni respeto por la dignidad humana cuelga por las redes sociales imágenes degradantes, obscenas y hasta vulgares. Los que viven atropellando y matando seres humanos que tienden a sorprenderse ante la desinformación de su propia muerte. Los que sin el más mínimo criterio causan daños irreparables a familias y comunidades que reciben sus mensajes degradantes.
Antes, cuando se hablaba del “Cuarto Poder”, en alusión al valor de la prensa como referente obligado para el sostenimiento del orden democrático, se asumía como expresión de respeto. Sin embargo, en un campo abierto, donde se invoca como un valor de la democracia la libre difusión del pensamiento, cualquier individuo se cree en el derecho de difundir un hecho sin la debida preparación. Es esa la situación que confrontamos hoy, la que nos convoca a alzar la voz por el bien de la sociedad.