Tal y como se había vaticinado, el asueto de Semana Santa convocaría a cientos de miles de vacacionistas que, luego de dos años de encierro por la pandemia del COVID-19, salieron a disfrutar y compartir con la familia en las diferentes provincias del país. Y aunque las celebraciones religiosas contaron con la presencia de cientos de feligreses, no es menos cierto que desde el mediodía del jueves observamos el desplazamiento desbordado de vehículos que intentaban atravesar la ciudad, reproduciendo el congestionamiento del tránsito, a pesar del esfuerzo de las autoridades. Es más que oportuno destacar el trabajo de prevención desplegado por el COE en toda la provincia Peravia. Sin embargo, nos conmueve que la Semana Santa, más que un espacio de recogimiento espiritual llamado a recordar los últimos momentos de la vida de Jesús, haya sido transformada en una especie de carnaval donde se da paso al desenfreno carnal, totalmente alejado de la esencia vital que nos convoca a celebrar en familia. De ahí que tengamos que pasar el balance de muertes y heridos en un asueto cuya génesis nada tiene ver con los desatinos de individuos que se convierten en un grave peligro para los demás. Es así como el tercer boletín del COE nos informa de más de dos docenas de fallecidos. 22 murieron por accidentes de tránsito y 4 por ahogamientos.
Es triste escuchar un balance tan escalofriante, pero aún no tenemos el cierre de las cifras de muertes. Estos datos son preliminares, según informó el Centro de Operaciones de Emergencia, en su tercer boletín del operativo “Conciencia por la vida, Semana Santa 2022”
Obviamente, cuando el informe da cuenta que unas 388 personas resultaron intoxicadas por alcohol, incluyendo 18 menores, es como para preocuparnos más por culpa de la irresponsabilidad de una sociedad que no acata el llamado de las autoridades. Es desde esa realidad que no podemos sorprendernos de la ocurrencia de tantos accidentes, ya que la mezcla de alcohol y volante, casi siempre termina en tragedias lamentables.