El pasado sábado fuimos convocados a marchar para reclamar a la comunidad internacional que preste atención a la peligrosa situación que está viviendo la nación haitiana. Ciento de personas se congregaron para caminar desde la calle El Conde hasta el Altar de la Patria, atendiendo al llamado del Instituto Duartiano.
Desde el comienzo hasta el final pudimos apreciar la integración de todos los sectores de la sociedad dominicana, decididos a ser escuchados, al margen de las banderías Políticas que nos dividen y colocan unos de espaldas a otros.
Y es que la crisis haitiana nos preocupa a todos, menos a las grandes potencias que se han beneficiado durante décadas de nuestros vecinos. Ahora que se están desangrando por las cruentas luchas entre bandas armadas que se disputan el control de territorios, es el momento idóneo para desplegar acciones concretas en aras de frenar la violencia, el caos y falta de gobernabilidad.
Nadie puede ignorar que todo lo que ocurre del otro lado nos afecta. De ahí la naturaleza de la marcha, porque todos sabemos que Haití hace años que colapsó como Estado, y en estos momentos está fuera de control. Por esa razón, más allá del criterio errado de quienes argumentan que los dominicanos sentimos odio y xenofobia, la marcha cívica fue a favor de nuestros vecinos, y en contra de la apatía de las grandes potencias y de organismos internacionales que, a pesar de la magnitud del problema haitiano, se hacen de la vista gorda, cuando en parte son culpables de lo que está pasando.
Es desde esa realidad, agudizada por la irresponsabilidad de países como Francia, Estados Unidos y Canadá, que los dominicanos percibimos la existencia de un plan premeditado para cargar a la patria de Duarte con la pesada cruz de las problemáticas creadas por ellos. Ya lo expresó el presidente de la República, Luís Abinader, desde los escenarios internacionales donde le ha correspondido: “No hay ni puede existir una solución dominicana al problema haitiano”
Nosotros agregamos, que la marcha del pasado sábado, más que revivir el patriotismo, fue una movilización legítima y necesaria, un grito por la patria, por la defensa de la soberanía y, sobre todo, un llamado al liderazgo mundial para que intervenga, poniendo el orden en una nación atribulada por el crimen y la violencia, y por el hambre y el cúmulo de dificultades que vienen arrastrando, junto a la falta de fe en el sistema democrático. Por eso más que discurso, Haití requiere la mano solidaria de todos.