Al cumplirse el 210 aniversario del natalicio del fundador de la República y Padre de la patria, Juan Pablo Duarte, es un deber patriótico honrarle, asumiendo el compromiso solemne de seguir su ejemplo, elevando cuál estandarte los valores enaltecedores de amor y de justicia profesados con la fuerza de sus ideales.
Hoy, cuando todos respiramos el aire de la libertad, cuando expresamos con orgullo nuestra dominicanidad y gritamos a los cuatro vientos la grandeza de nuestros héroes, Duarte resalta como estrella resplandeciente para iluminar con su ejemplo a las generaciones presentes, en momentos en que la juventud adolece de paradigmas de políticos en condiciones de emular su sacrificio. Por el contrario, cuando nos adentramos al ideario del Patricio, marcado con la tinta indeleble del desprendimiento, sentimos vergüenza por el liderazgo que desde hace más de un siglo viene dirigiendo el Estado dominicano. Lo que contamos es deprimente. Políticos que lanzan floridos discursos en las plazas públicas y luego se desnudan como corruptos, desfalcadores del erario, que van a aprovecharse de los cargos que ocupan sin que les duela el pueblo al que supuestamente representan.
Es desde esa realidad, que Duarte se proyecta como símbolo de honestidad, de solidaridad y principios éticos. Un abnegado defensor de la soberanía nacional que antepuso el interés personal procurando construir una nación libre y soberana. En esa lucha desesperada se hizo acompañar de hombres y mujeres de su talla, dispuestos a servir a la patria, colocando a Dios como el supremo orientador del proyecto redentor conocido como La Trinitaria. Una maquinaria política seria, armada con la conciencia libertaria del juramento irrenunciable de sus miembros. Hoy, 210 años después, la consigna debe ser: “Amar la patria como él, predicar con el ejemplo y trabajar para edificar valores cívicos y morales, a lo largo y ancho del territorio nacional. Es innegable que los malos dominicanos continúan conspirando contra la salud de la patria.
¡Que viva Juan Pablo Duarte!
¡Que viva la República Dominicana, libre y soberana!