Hoy se cumplen dos años del asesinato del presidente haitiano Jovenel Moise, y dos semanas después asumía como primer ministro el señor Ariel Henry, quien desde ese momento permanece al frente del gobierno sin pocos logros que mostrar en una nación flagelada por la extrema pobreza, la delincuencia y la inseguridad. A todo esto, el mundo observa la falta de iniciativas concretas para afrontar la crisis política que vive el vecino país. En el argot popular podemos decir que Henry no ha dado pies con bola. Se ha sentado a pedir la misericordia de las potencias que supuestamente están llamadas a garantizar la estabilidad democrática en un territorio donde según cifras oficiales, el número de bandas armadas ha aumentado. Ahora se habla de unas 300 organizaciones peligrosas que controlan la mayoría de las ciudades, sembrando el terror y la muerte en la nación más pobre del continente. Recordamos que tras el asesinato del presidente Moise, en la toma de posesión, Henry prometió hacer justicia llevando a la cárcel a los asesinos. Además resaltó su compromiso con organizar elecciones libres, honestas y transparentes lo antes posible y que restablecería el orden, la seguridad y la autoridad del Estado haitiano. Sin embargo, sucede y acontece, que a dos años, el balance es realmente deprimente. No se cuentan avances en ningunas de las áreas, ni en el plano social, político ni económico. Haití se percibe como un barco sin timón dejado a su suerte, con una creciente desorganización, sin un plan de gobierno, y sin voluntad política de mejorar las condiciones de vida de la población. Y lo que es peor, sin mecanismos oficiales para imponer el orden, sin acciones de desarrollo y con un Estado descalabrado. La verdad es que todo parece indicar que Haití no está en la agenda de las grandes potencias, las que ayer saquearon sus riquezas hasta dejarla en el límite de las carencias.
Dos años después Haití se desangra atrapado entre bandas armadas que controlan el territorio. Haití se percibe sin gobierno, con una aguda falta de institucionalidad, con el agravante de que las noticias que circulan por el mundo son para horrorizarnos: masacres, secuestros, violaciones de mujeres, quemas de viviendas y desplazamiento de miles de personas. Entonces, ¿qué espera la comunidad internacional para decidir qué hacer en Haití? El silencio llama a sospecha.