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Eran las 12:44 de la madrugada del martes 8 de abril de 2025 cuando la tragedia golpeó con fuerza el corazón de la República Dominicana. Una noche de alegría y música en la emblemática discoteca Jet Set, ubicada en la exclusiva avenida Independencia del Distrito Nacional, se convirtió en un escenario de terror tras el colapso total de su techo. El saldo: 235 fallecidos y más de 180 heridos.
Lo que comenzó como una celebración al ritmo del merengue, se tornó en minutos en una escena de angustia, gritos y desesperación. Cientos de personas quedaron atrapadas bajo los escombros, sin que hasta el momento se haya establecido una causa oficial del desplome.
Las autoridades respondieron con rapidez. Equipos de rescate, Defensa Civil, Cruz Roja y unidades médicas se presentaron en el lugar por instrucciones del presidente Luis Abinader, quien ordenó el inicio inmediato de las labores de socorro. Sin embargo, tras los primeros informes oficiales, el caso ha sido envuelto por el silencio y el olvido institucional. A dos meses del hecho, las investigaciones siguen en etapa preliminar y no se ha presentado un solo cargo contra ningún involucrado.
En Baní, el dolor se respira en cada esquina. La pérdida de varios de sus hijos en esta tragedia ha dejado un vacío que no puede describirse en cifras. Cada nombre representa una historia truncada, un hogar quebrado, una comunidad herida.
Entre las víctimas banilejas se encuentran:
Ismael Antonio Díaz Troncoso, Manuel de Los Santos, José Luis Santana y su esposa Dinanlliris Feliz de Santana, Ana Figuereo (Tato), Yoselin Marcano (de nacionalidad venezolana), Desiré Marcano, Sócrates Peña
Sus muertes han calado hondo en el alma de la provincia. Las iglesias se llenaron de oraciones, las calles de lágrimas y los hogares de un silencio que aún pesa. La tristeza fue colectiva, pero el abandono institucional ha sido igualmente compartido.
A un mes exacto del desastre, las familias banilejas siguen esperando respuestas. La zona cero de Jet Set permanece vacía, cubierta por el polvo y el olvido. Ningún anuncio oficial, ninguna actualización significativa.
Mientras tanto, algunos de los sobrevivientes siguen luchando contra secuelas físicas y psicológicas, sin acompañamiento adecuado ni promesas claras de reparación.
En Baní, la indignación crece. Las familias de las víctimas no han cesado en su reclamo, y lo hacen con una fuerza que solo da el dolor verdadero:
El luto colectivo que en los primeros días conmovió a toda la nación, ha comenzado a desaparecer en el resto del país, pero en Peravia el dolor sigue intacto. Cada día que pasa sin una respuesta, sin un informe oficial, sin una acción concreta, es un insulto a la memoria de los que ya no están.
¿Hasta cuándo este país va a seguir enterrando a su gente sin que nadie rinda cuentas? ¿Cuántas familias más deben gritar para que las instituciones respondan?
Las familias de Baní no están dispuestas a dejar este caso en el olvido. Dicen presente en cada vigilia, cada misa, cada publicación. Exigen lo mínimo que se merecen:
La justicia no puede seguir siendo un privilegio de pocos. En esta tragedia murieron 235 personas, muchas de ellas jóvenes con sueños, familias y futuro. No fue un accidente cualquiera. Fue un colapso en una estructura reconocida, en un lugar autorizado para operar. Y alguien debe responder por ello.
La República Dominicana aún no ha sanado. Y Baní no perdona el silencio. Porque mientras se intenta imponer el olvido desde el poder, las familias siguen levantando la voz desde el dolor.
La justicia que no llega, también mata. Mata la confianza, mata la esperanza, mata la paz.
Y desde Peravia, el grito resuena fuerte:
¡Queremos justicia ya!