Obviamente, cuando se trata del patrimonio de la provincia, es un deber ciudadano cuidar de las cosas que heredamos. Justamente, eso nos ha faltado. Estamos perdiendo cosas, tanto en el orden material como espiritual, que a decir de muchos, se atribuye al inexorable avance de la modernidad. Sin embargo, cómo entender que el retroceso sea provocado por el progreso? Estamos frente a una contradicción alarmante, donde lo que perdemos se concibe como una señal de avance.
Y así perdimos miles de empleos en nuestra zona franca, y vamos perdiendo la producción agrícola en nuestros campos, y vemos caer la producción cafetalera, y ni hablar de las condiciones deplorables de muchos caminos y carreteras, sin obviar el aspecto inmaterial que elevaba el orgullo de los banilejos, como aquel que nos proyectaba ante el mundo por el espíritu de limpieza que nos caracterizaba como pueblo.
Y así, es mucho lo que vamos perdiendo. Desde los valores cívicos de respeto, hasta la consagración al trabajo honesto. Ayer, hablar del banilejo, en cualquier rincón del planeta era hablar de colmado, un símbolo de trabajo y un monumento a la honestidad. Pero muchos de nuestros valores se van quedando atrás. Y vamos convirtiendo la ciudad en un semillero de antros, prostíbulos y tabernas donde se invocan las pasiones carnales, frente a la indiferencia de quienes se hacen llamar autoridades.
Ayer existían las zonas de tolerancia, más hoy en cualquier lugar de la ciudad se abren las puertas de estos espacios que operan para trastornar la cultura de los pueblos. Y así, el Baní tradicional, el que vivía apegado a las normas, y respetaba a los vecinos, se va quedando a orillas del camino, para dar paso a una modernidad que nos arrastra a perder la identidad. Ahora vendrán los grandes centros comerciales, y barrerán con muchos de los medianos y pequeños colmados, pero debemos estar preparados porque esa es otra señal de que avanzamos…