La pandemia del coronavirus, además del drama social que viene causando por las demandas de camas en los hospitales y las quejas por las dificultades para realizar las pruebas a personas que presentan síntomas o que han sido expuestas al contagio, nos va generando el grave problema del desempleo, el cierre de empresas y, como secuela inevitable, el descalabro de la economía.
Son tantos los efectos negativos que va dejando en países como el nuestro, que se ufanaban de una estabilidad en su macroeconomía, hoy terminan con un decrecimiento que debe preocupar a todos los estratos de la sociedad.
Obviamente, quienes más padecen son los de siempre, los que están abajo, esperando el desempeño de los de arriba. Los que estando desempleados tienen que sobrevivir a pesar de los obstáculos.
Y es que para cocinar tienen que adquirir un galón de gas a 110 pesos y la libra de carne de pollo alcanza los 80 pesos, sin mencionar los demás productos de la canasta básica.
Y como es natural, el pobre tiene que pasar por el trauma de salir a “buscarsela” a como dé lugar, sin importar las circunstancias. Y si se llega a enfermar por causa del virus debe afrontar su otra realidad. Llegar a la vivienda donde carece de espacios para asumir el aislamiento social, ya que la mayoría de la población residente en barrios y sectores marginados, conviven en el hacinamiento. Son esos los principales retos que debe enfrentar el nuevo gobierno.
Un estado degradado, endeudado y lleno de botellas, mientras la mayoría del pueblo se debate entre la miseria. Ojalá que además de las políticas sociales, se inicie un proceso de reactivación de la economía, para reducir el desempleo y producir alimentos. Sabemos que viene la tregua acostumbrada, pero en medio de la cuarentena debemos seguir soñando con superar estos y otros problemas.