Desde que los asambleístas del seis de noviembre del 1844 entregaron la primera constitución que marcó el fundamento de la nación, en la histórica ciudad de San Cristóbal, quedó evidenciado que la misma sería violada y vulnerada para corresponder al capricho de ciudadanos hambrientos de riqueza y poder.
Allí, como un conjuro perpetuo, selló el General Pedro Santana, la que a la postre se convertiría en la más promiscua de todas las constituciones de América.
Y es que la Constitución Dominicana, está considerada por algunos políticos, como un objeto que puede ser modificado a conveniencia de quienes dirijan el Estado. Así lo expresan funcionarios del actual gabinete presidencial y senadores de la tendencia política del presidente Danilo Medina. Ya escuchamos al senador Rafael Calderón, y a su homólogo Adriano Sánchez Roa, quienes plantean sus intenciones reformadoras. Este último dijo hace apenas unos días, que si en enero del próximo año el presidente Medina es el político más popular, entonces “estamos compelidos a ajustar la Constitución” para una eventual reelección.
Ahí radica la diferencia entre un país organizado, institucionalizado y respetuoso de la Carta Magna, frente a un Estado en franco proceso de degradación moral. Así andamos, con individuos que se erigen en defensores de falsos liderazgos, mientras tiran por la borda el compromiso de consolidar la carta constitucional por la que juraron antes de asumir el cargo de senador o diputado.
Para establecer diferencias: Solo miremos hacia Los Estados Unidos de Norteamérica, donde presidentes con una popularidad extraordinaria se acogen al mandato constitucional sin que en su sano juicio se le ocurra pensar en una Reforma constitucional para postergarse en el poder.
Con frecuencia nos quejamos de las debilidades de nuestra democracia, mientras exhibimos con desparpajo, que contamos con la Constitución más reformada, porque en la patria dominicana, desde Pedro Santana hasta hoy, la Constitución ha sido considerada como “un pedazo de papel” con el cual se hace y deshace a conveniencia de quienes detenten el poder. Si cada vez que suba al solio presidencial un mandatario carismático y popular vamos a transitar el camino de una reforma constitucional, seguiremos como un estado fallido, carente de institucionalidad. Y al final el pueblo terminará entre las patas de una caricatura de democracia.