UNA ENFERMEDAD PELIGROSA

En medio de la podredumbre social que nos reduce y clasifica como seres humanos de primera y segunda categoría, tan sólo por la ostentación de riquezas, sin importar que estas sean-bien o mal habidas-, resurge uno de los males más aberrantes que afecta la psiquis del individuo hasta convertirlo en un acumulador compulsivo. Se trata de la angurria, definida como el afán de lucro o deseo insaciable de riquezas, que en el mayor de los casos se buscan sin esfuerzo.

La angurria no discrimina entre el poseedor de bienes y el que nada tiene. Así conocemos acaudalados que son depredadores de los recursos del Estado, y usureros que viven tan sólo para acumular dinero con un apetito insaciable.

La angurria es una enfermedad poco curable, a veces imperceptible, pero sus marcas quedan como daños irreparables en el cuerpo frágil de la sociedad.

De ahí que el único remedio para combatirla está en manos de la familia, tomando medidas preventivas, como la educación en valores cristianos que prioriza en el ser humano y no en el estatus social. Quienes traspasan las normas establecidas llegan al Estado a enriquecerse de manera ilícita, con maniobras corruptas y sin temor a enfrentar la justicia. Y todo por la angurria.

Sin embargo, la enfermedad no sólo toca las puertas del Estado.

Cada día despertamos con noticias que delatan la presencia de la angurria en personas que caen en manos de desaprensivos, como el caso ocurrido a una mujer que resultó estafada por un supuesto brujo que prometió otorgarle los números de la lotería.

Para obtener el favor, la mujer le entregó -nada más y nada menos – que alrededor de un millón y medio de pesos a un nacional haitiano que ha sido arrestado junto con su esposa por miembros de la policía adscritos a la Subdirección Regional Sur Central de Investigación.

Casos como estos son motivos de comentarios en todos los estratos sociales, en barrios, campos y residenciales. Sin embargo, la angurria también se manifiesta en la política, donde personajes que llegan a los cargos públicos pretenden eternizarse, haciendo hasta lo indebido para mantenerse arriba aunque tengan que pasar por encima de sus compañeros de partido. Y todo por igual motivo.

El afán desmedido de poder y riqueza que hoy conocemos como angurria.

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