𝐏𝐞𝐫𝐚𝐯𝐢𝐚, 𝐑.𝐃.
𝐇𝐨𝐲 𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧 𝟐𝟒 𝐚𝐧̃𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐭𝐫𝐚́𝐠𝐢𝐜𝐨 𝐚𝐭𝐚𝐪𝐮𝐞 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐓𝐨𝐫𝐫𝐞𝐬 𝐆𝐞𝐦𝐞𝐥𝐚𝐬, 𝐝𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐜𝐚𝐬𝐢 𝟑.𝟎𝟎𝟎 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐞𝐫𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚, 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐯𝐚𝐫𝐢𝐨𝐬 𝐝𝐨𝐦𝐢𝐧𝐢𝐜𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐁𝐚𝐧𝐢́. 𝐋𝐨𝐬 𝐚𝐭𝐞𝐧𝐭𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐥 𝐐𝐚𝐞𝐝𝐚, 𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞́𝐧 𝐠𝐨𝐥𝐩𝐞𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐞𝐥 𝐏𝐞𝐧𝐭𝐚́𝐠𝐨𝐧𝐨 𝐲 𝐏𝐞𝐧𝐬𝐢𝐥𝐯𝐚𝐧𝐢𝐚, 𝐜𝐚𝐦𝐛𝐢𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐢𝐞𝐦𝐩𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐞𝐠𝐮𝐫𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐢𝐚𝐥 𝐲 𝐝𝐞𝐣𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐮𝐧𝐚 𝐡𝐮𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐝𝐞𝐥𝐞𝐛𝐥𝐞 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐜𝐨𝐥𝐞𝐜𝐭𝐢𝐯𝐚 𝐠𝐥𝐨𝐛𝐚𝐥.
Era una mañana soleada, casi rutinaria, en Manhattan. Las calles bullían de vida, los cafés servían su primer aluvión de clientes, y las agujas del reloj apenas marcaban las 8:46 de la mañana cuando el cielo se quebró. Un avión comercial, secuestrado por extremistas del grupo Al Qaeda, se estrellaba contra la Torre Norte del World Trade Center. Diecisiete minutos después, un segundo avión impactaba la Torre Sur. Lo que al principio parecía un accidente pronto se reveló como el mayor ataque terrorista en suelo estadounidense.
Hoy se cumplen 24 años de aquel 11 de septiembre de 2001, el día en que el mundo contuvo la respiración. Dos torres colapsaron, pero con ellas se derrumbaron también certezas, seguridades, e ilusiones de invulnerabilidad. Casi 3.000 personas murieron en cuestión de horas, en un acto que no solo devastó físicamente el corazón financiero de Estados Unidos, sino que también alteró el rumbo de la historia global.
Entre las víctimas fatales, se encontraban miles de personas de diferentes nacionalidades, y entre ellas, no podían faltar los dominicanos. En ese mar de nombres y rostros, Baní, perdió a varios de sus hijos. Personas que, al igual que tantos otros inmigrantes, habían llegado a Nueva York en busca de una vida mejor, pero que el destino les arrebató de manera trágica. Banilejos como Carlos Ruiz, que trabajaba en el World Trade Center, y otros compatriotas que, en su lucha por el sueño americano, se encontraron con el horror de aquel día.
Los atentados no se limitaron a Nueva York. Otro avión fue estrellado contra el Pentágono, sede del Departamento de Defensa en Washington D.C., y un cuarto terminó en un campo de Pensilvania, gracias al heroico intento de sus pasajeros por evitar una nueva tragedia. El horror fue simultáneo, coordinado, calculado al milímetro. Y transmitido en vivo al mundo entero.
Las Torres Gemelas eran mucho más que edificios. Eran un símbolo. Su caída significó también el derrumbe simbólico de una era. Desde aquel martes negro, la seguridad dejó de ser invisible: se convirtió en presencia constante. Aeropuertos, fronteras, edificios públicos… el mundo cambió. Surgieron nuevas leyes, se multiplicaron las medidas antiterroristas y se reconfiguraron las relaciones internacionales.
En el lugar donde antes se elevaban las torres, hoy se erige el Memorial y Museo del 11-S, espacio de recogimiento, memoria y homenaje. Cada año, familiares, sobrevivientes, rescatistas y ciudadanos anónimos se reúnen para leer en voz alta los nombres de quienes ya no están, para llorar lo perdido y, también, para reafirmar la vida.
El nombre de Baní, junto al de tantas ciudades del mundo, sigue resonando en cada aniversario. Las víctimas, tanto de Nueva York como de cualquier rincón del planeta, siguen vivas en el recuerdo de sus seres queridos. Y cada año, conmemorar el 11 de septiembre se convierte en una forma de rendir homenaje a los caídos, pero también en una reflexión sobre los valores de unidad y solidaridad.
Porque si algo dejó en claro aquel día fue la capacidad del ser humano para reconstruirse. Entre los escombros hubo dolor, sí, pero también manos solidarias, abrazos entre desconocidos, y una comunidad global que, por un momento, se unió en el luto
Hoy, a 24 años, no se trata solo de recordar. Se trata de no olvidar. De mirar atrás para comprender el presente. De rendir homenaje no solo a las víctimas, sino también a quienes, desde el caos, construyeron esperanza. Y en Baní, como en muchas otras ciudades, el eco de esa tragedia sigue siendo parte de la memoria colectiva. Un recuerdo que no se desvanece, porque es necesario para seguir adelante.