En los últimos años la población dominicana ha sido estremecida por crímenes horrendos, casos desgarradores, que son conocidos gracias a los medios de comunicación. Los crímenes han sido muchos, pero pocos los resultados de las investigaciones. Peor aún, cuando creemos que estamos a punto de ver brillar la justicia, los presuntos culpables se cubren con el manto de la impunidad.
Es evidente que en la sociedad dominicana vamos retrocediendo en materia de impartición de justicia. Los pobres avances que hemos logrado no alcanzan a ser valorados, ya que sin importar la gravedad del delito, cuando los culpables tienen padrinos políticos, gozan del privilegio de andar por las calles como mansos corderitos. Y es que la impunidad ha tomado ribetes alarmantes, hasta el punto de que muchos ciudadanos entienden como parte de un show mediático los apresamientos de individuos que luego quedan en el olvido.
Ojalá que en la fosa pestilente de la impunidad no vaya a parar el crimen de la joven Emely Peguero, de quien acusan a su expareja y a la madre de éste, Madelin Martínez, una ex funcionaria de la Dirección General de Pasaportes. Por igual esperamos justicia en el doble asesinato del taxista Rubén Darío Díaz Pimentel y de Tirson Antonio Mejía Chepe “el mecánico”: dos hijos de Baní que fueron asesinados por efectivos policiales.
Éstos y otros crímenes esperan ser dilucidados conforme a la magnitud con que fueron perpetrados, entendiendo que la sociedad está observando el accionar de jueces y servidores del Ministerio Público, que -de la mano de políticos- van degenerando la justicia en un circo. Sin embargo, creemos que aún estamos a tiempo para cambiar de rumbo, tomando los correctivos que permitan recuperar la credibilidad que se está perdiendo, ya que en estos precisos momentos el pueblo requiere de ejemplos para confiar en el poder judicial.