Por la imprudencia de conductores, las autoridades han tenido que buscar alternativas para frenar a quienes de forma temeraria se desplazan por las vías: individuos que sin temor a la muerte, siembran el terror en la población. Así vemos las ciudades llenas de “policías acostados” como comúnmente llamamos a los reductores de velocidad, un método que delata la irresponsabilidad de quienes ponen en riesgo sus vidas y la de los demás.
Hasta hace unos años, los “policías acostados” eran colocados en lugares reconocidos, como hospitales, centros escolares y destacamentos policiales; sin embargo, en la actualidad esta modalidad se ha relajado, al punto de que a diario nos sorprende una que otra muralla por calles donde se presume que no existe necesidad de contar con reductores de velocidad. Hemos llegado al colmo de ver a muchos ciudadanos, sin un criterio profesional, y sin el debido permiso municipal, construyendo muros de cementos que se convierten en trampas mortales.
Sólo basta con recorrer algunas calles para observar que en muchas demarcaciones los vecinos se inventan los policías acostados para evitar que en temporadas de lluvias penetren las aguas a sus viviendas. Y así vamos reproduciendo, lo que al parecer es una solución a un problema, mientras que otros se generan, ya que muchos reductores destruyen los vehículos, por sus altas dimensiones. Pero lo peor y más lamentable, es que los delincuentes aprovechan los policías acostados para atracar a quienes están obligados a reducir la marcha.
Ahora que las autoridades están reorganizando el tránsito en la ciudad, que están señalizando las vías y han comenzado el asfaltado, creemos pertinente evaluar los miles de policías acostados que están convirtiendo la ciudad en un caos. Sabemos que muchos ciudadanos carecen de civismo para conducir, que manejan como chivos sin ley, pero justamente lo que falta es carácter, de parte de las autoridades, para frenar los desmanes de quienes manejan de forma temeraria. No es justo, ni habla bien de nosotros, que tengamos que recurrir a reducir la velocidad por la fuerza, cuando los seres humanos nos diferenciamos de los animales por tener el don de la inteligencia.