Una de las motivaciones de la delincuencia, del robo, y a seguir delinquiendo, son los negociantes que se dedican a comprar las cosas robadas por los rateros, y que las autoridades no persiguen, pese a ser parte de la ejecución del delito.
Entendemos que si los ladrones no encuentran clientes que compren los efectos robados, entonces no es negocio para ellos.
Cuando en los tiempos en que nacimos y crecimos -los que hoy día pasamos de los 50 años- llevábamos un objeto cualquiera a nuestras casas que no fuera adquirido por nuestros padres, o recibido de alguien con el conocimiento de nuestros progenitores teníamos que dar serias y creíbles explicaciones de cómo se obtuvo ese objeto, de lo contrario, estaríamos recibiendo un severo castigo corporal, que difícilmente nos sentiríamos tentados a volver a cometer semejante error.
Hoy día es todo lo contrario: muchos padres cuando sus hijos llevan a la casa un bien material, éstos celebran y apoyan tal acción, como una muestra de la degradación moral que está viviendo nuestra sociedad. Sin embargo, esto puede remediarse si existieran leyes que castigaran, tanto al que mata el chivo como al que le agarra la pata. Esto se traduce en que tan culpable es el que comete el hecho como el que lo encubre, y a esto deben abocarse los legisladores: a crear leyes que ayuden a organizar este país y a enrumbarlo por un mejor sendero.
Desde el Estado se deben emprender acciones que permitan fomentar los valores morales que alientan la sana convivencia. El respeto a lo ajeno, elevando desde el hogar el amor al trabajo honrado, bajo el principio cristiano de ganarse el pan con el sudor de su frente, es algo que debemos rescatar en el núcleo familiar, porque como está la familia, está la sociedad.