La Conferencia del Episcopado Dominicano, en su Carta Pastoral, hizo énfasis en la Eucaristía, expresando que esta permite reconocer y confrontar las estructuras del pecado, representadas en la violencia social e intrafamiliar, los feminicidios, abusos a menores, el tráfico de seres humanos, de drogas y de armas, así como la corrupción, la impunidad y la manipulación en la administración de la justicia.
Los obispos por tradición emiten su posición a propósito de la celebración del día de la Altagracia. En esta ocasión el documento pastoral se ha denominado: La Eucaristía, fuente de comunión e impulso de la misión social de la Iglesia. En esta también se presentan como estructuras del pecado la falta de solidaridad y las degradaciones en contra de la dignidad humana.
Los obispos plantean que la Eucaristía es un sacramento de sanación, por lo que aseguran encontrar testimonios de personas que han sanado física, psicológica y espiritualmente en una celebración de la misma o ante el Sagrario. En una sociedad que se torna cada vez más agresiva y violenta, con hombres capaces de cometer feminicidios, la Eucaristía se presenta como un signo de liberación donde se encuentra sanación.
Los pastores de la fe católica afirman que en una sociedad donde prevalece el egoísmo, la persona Eucaristía trabajará para que el principio de la comunión dirija las relaciones sociales, culturales y económicas, entendiendo que cuando se instaura en la sociedad el principio de competitividad se generan relaciones de fuerza y poder, donde los más débiles llevan las de perder.
El próximo domingo los católicos de la República Dominicana estarán cumpliendo el acostumbrado peregrinar a la Basílica de la Altagracia, en la ciudad de Higüey, una tradición que se celebra cada año y concentra a miles de feligreses que de todos los rincones del país acuden a llevar promesas ante el altar de la Virgen: madre espiritual del pueblo dominicano.
La carta pastoral emitida por los obispos es un grito desesperado por retomar el camino espiritual ante el auge de los flagelos sociales y la degradación ética y moral del ser humano, donde la familia vive constantemente amenazada por la violencia y la delincuencia. De ahí la imperiosa necesidad de buscar a Jesús, como el modelo ideal que debemos imitar para superar las debilidades que engendran estos males.