Sin dudas, pocos se han tragado el cuento del debate suscitado entorno al conocimiento de la ley de partidos y el régimen electoral en la República Dominicana, un debate insulso, sin un fundamento claro, pero con un motivo bien definido: los legisladores pretenden seguir postergando la aprobación de una ley que todos venimos esperando.
Los diputados jamás contaron con que el pueblo está despertando y lo que menos importa es el desabrido y anémico debate de que si convienen o no, las primarias cerradas o abiertas. Ya escuchemos escuchamos la voz de la Iglesia católica, planteando con energía, que la ley sea conocida y aprobada dejando a opción de los partidos cómo desean realizar sus primarias.
Una posición sustentada por líderes políticos y personalidades comprometidas con poner reglas claras y definidas en una sociedad sometida al desorden de políticos que se nutren de los partidos. Como la Iglesia, también lo expresamos desde este medio informativo, entendiendo que el trasfondo del debate es una más de las tantas estratagemas que se han inventado para seguir operando desde las cúpulas partidarias como chivos sin ley. Y así no debe ser.
En la República Dominicana, donde contamos con las normativas jurídicas más avanzadas, los mismos que aprueban las leyes, los que llegan al Congreso por medio de los partidos, son los que torpedean y ponen obstáculos para que no se apruebe la ley. Ahora que habló la Iglesia, y que comienza a despertar el pueblo: que no sigan con el cuento de que si cerradas o abiertas. Eso es lo que menos importa. Lo que todos deseamos es la aprobación de la ley de partidos.