Con frecuencia escuchamos las quejas de ciudadanos que, ante el descalabro moral que arropa a nuestra sociedad, acusan a la juventud de ser la culpable de los males que nos afectan.
Nada más lejos de la realidad, porque son muchos los jóvenes que han decidido estudiar, que han cursado carreras técnicas y están preparados para insertarse en el mercado laboral pero no encuentran donde trabajar para salir adelante y aportar a sus familias y a la sociedad.
Son esos jóvenes los que se quedan en las calles, los que reciben el bombardeo de las nocivas campañas que alientan hacia los vicios y la corrupción que se propaga por todos los rincones de la nación. Jóvenes que son atraídos por los medios de comunicación, por la influencia de los que muestran un progreso sin justificación, por la pérdida creciente de los valores, y por quienes presentan como modelos de superación a quienes ostentan riquezas por medio de la delincuencia.
Esos antivalores se conjugan con los malos ejemplos de la clase política que muestra sus inconductas y falta de respeto a las leyes, sin que caiga sobre ellos la vara de la justicia. Políticos que en función de autoridades abusan de los jóvenes, que golpean física y psicológicamente a sus esposas, que se roban los recursos del pueblo y se pasean como si tal cosa.
Políticos que ven, escuchan y aprueban los eventos malsanos que denigran al ser humano, y que además, levantan sus manos para aprobar los peores daños causados a los recursos naturales. Son esos políticos los que propician la falta de oportunidades de trabajo para los miles de jóvenes que luego son acusados de vagos.
Antes de celebrar sin resultados significativos el día nacional de la juventud debemos sanear la sociedad para que nuestros jóvenes encuentren, no sólo fuentes de trabajo, sino que también reciban ejemplos sanos desde el litoral político, para que atesoren los valores cívicos, morales y espirituales que marquen la diferencia en un pueblo atestado de violencia, corrupción e impunidad.