Todo ruido afecta la salud, y altera la convivencia social. Ya conocemos los daños que sufren los individuos expuestos a las estridencias desenfrenadas de quienes no respetan el derecho de los demás. Sin embargo, hay otro tipo de ruido, con otras alteraciones que perturban y destruyen la imagen de los pueblos.
Son ruidos provocados por la ambición, ruidos que avergüenzan a los hombres y mujeres de bien, a los que se esfuerzan por cumplir las leyes y trabajan de cara al sol. Se trata de ruidos cuyos estruendos traspasan las fronteras de la provincia y se esparcen por todo el planeta. Son los ruidos provocados por la delincuencia, ruidos que llegan y se quedan como manchas que se adhieren al cuerpo de una comunidad reconocida por la impronta de honestidad de nuestra gente.
Ya es tiempo de bailar al ritmo de los valores que nos enaltecen, resaltando lo mejor de nosotros, lo que nos hace diferentes y nos proyecta ante el mundo como un pueblo digno. No es justo que un pequeño reducto de malos intérpretes continúen presentando el feo espectáculo que nos reduce. Baní no puede bailar al ritmo del narcotráfico, de las estafas bancarias, de los viajes ilegales y de otras modalidades delictivas, porque somos un pueblo con una historia fraguada en el sacro templo del deber que invita a trabajar con decoro en busca del desarrollo. De ahí el rechazo absoluto a los ruidos que salen con el malsano propósito de dañar la imagen de un pueblo como el nuestro, que ha sido, a través de los años, el más grande referente de trabajo honrado, un pueblo de comerciantes y productores amantes de la paz, que sirven de ejemplo a toda la sociedad dominicana. Entonces, bailemos la música sana, la que nos presenta con nuestras verdaderas credenciales.