Con el inicio del largo asueto de la Semana Santa, más que prepararnos para las celebraciones religiosas que forman parte de la fe cristiana, el Estado tiene que activar los organismos de socorro para evitar tragedias que enlutan cada año a decenas de familias.
Lo que debía ser una semana de meditación y recogimiento espiritual, va degenerando en todo lo contrario, dejando de lado la tradición de compartir con vecinos y familiares, fortaleciendo los lazos de hermandad y solidaridad. Hoy la Semana Santa, para muchos individuos, es la época ideal para salir de la rutina, sin tomar en cuenta las medidas preventivas que están orientadas a proteger la vida de quienes se desplazan por carreteras y avenidas. De ahí el esfuerzo de las autoridades para organizar los operativos de semana santa, integrando miles de voluntarios.
Saludamos que desde el Estado se asuma preservar la vida de los ciudadanos, pero es lamentable que sean los propios ciudadanos quienes pongan en riesgo sus vidas ingiriendo bebidas alcohólicas, conduciendo de forma temeraria y portando armas de fuego en espacios públicos, y por demás, repletos de personas. La semana santa no puede ser un espacio de desenfreno, donde se ponga en juego la integridad, la paz y seguridad de la familia. La comunidad cristiana nos anima a reflexionar sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, quien cargó la cruz por los pecados de la humanidad. Esa es la esencia viva de una celebración que no podemos trastornar.