No se trata de una campaña publicitaria, tampoco refiere a los que se ufanan de visitar los más finos y exquisitos restaurantes. En nuestra realidad, marcada por el tremendismo que mata las sorpresas, los políticos se empecinan en dar riendas sueltas a sus instintos en una sociedad que va perdiendo la paciencia. Ya conocemos que en materia de salarios, el Estado dominicano paga botellas por encima de los sueldos de embajadores y cónsules de los Estados Unidos. Cualquier sujeto, por estar pegado, cobra sin trabajar hasta tres veces más que cualquier presidente de Latinoamérica. Esa es la cruda realidad de un país que se endeuda a pasos acelerados.
Sin embargo, el derroche y el dispendio traspasaron los límites con personajes que gastaron sumas millonarias en comidas y bebidas finas.
Hay que recordar al señor Victor Gómez Casanova, quien se daba la buena vida en juergas y francachelas que pagaba con los recursos del pueblo. Y ahora, como un patrón del pasado gobierno, encontramos que Francisco Pagán, quien fungía como director de la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado, se comía mensualmente unos 249 mil pesos en buenos almuerzos, en restaurantes de primera.
Y mientras Pagán engullía langostas y mariscos, pagados por el Estado, recordamos que varios ingenieros contratistas corrieron la desgracia del suicidio por la falta de pagos por sus servicios. Y el señor Pagán dándose la dulce vida a costa del sufrimiento de cientos de familias.
Como Goméz Casanova y Pagán hay muchos que faltan por contar, que bailaron el ritmo del derroche que no tiene otro nombre que no sea corrupción. Obviamente, ahora que están saliendo los suculentos gustos de funcionarios corruptos es el momento para pedir a Dios que nos permita contar con ciudadanos honestos dispuestos a cumplir con el deber de servirle al Estado dominicano sin el ruido que otros han causado. ¿Será que quieren matarse el hambre que han pasado, derrochando los recursos del Estado? De ser así, entonces que la justicia se encargue de cobrarles.