Es cierto, tenemos que admitirlo. Con el tema de los enfermos mentales que deambulan por las calles de esta ciudad, sin pecar de pesimistas, venimos arando en el desierto. Nadie se preocupa por ellos. Sentimos la impotencia de verlos atrapados en su desgracia, viendo como la gente pasa sin observarlos, como si se tratara de seres inanimados que son invisibles para quienes tienen en sus manos la responsabilidad de cambiarles la suerte. Y ellos pasan por el frente de las casas, por los parques y plazas, aveces absortos, como si estuvieran en otra galaxia. Son personas enfermas, algunos con traumas psicológicos curables, otros con secuelas y daños graves causados por el uso prolongado de sustancias prohibidas, y la mayoría con patologías congénitas heredadas. Y están aquí, deambulando por nuestra ciudad, viviendo la crueldad de un sistema de salud que les niega la posibilidad de reinsertarlos sanos en la sociedad. Y es que para ellos no existen hospitales habilitados, no cuentan con tratamientos psiquiátricos, sobreviven en medio de la inmundicia y hacen sus necesidades fisiológicas en plena vía. Y así caminan con el peso de la indolencia, en una sociedad que enmudece frente al llamado de la conciencia. Obviamente, el Grupo de Comunicaciones Ortíz Ruíz, por todos nuestros medios seguiremos clamando por ellos, reconociendo que son seres humanos, enfermos, olvidados y hasta ignorados por el Estado. Es por esa razón humana que abogamos por la construcción de un centro de salud especializada, porque se tomen medidas adecuadas para rescatarlos de las calles y sean tratados como Dios manda. Miremos hacia ellos, hacia nuestros enfermos, porque al no contar con el apoyo de sus familiares, pasan a ser seres abandonados que merecen la atención del Estado.
Los enfermos mentales no pueden comunicarse con las autoridades. No están en condiciones de buscar ayuda profesional. Y hasta ahora no han tenido dolientes. Por eso no podemos estar indifentes.