Eso es lo que no podemos, aunque lo intentemos. Vivimos en una sociedad flagelada, donde lo irónico se torna tan habitual y cotidiano, que hasta nos ufanamos de lo mal que andamos. Estamos parados frente al despeñadero y escuchamos los aplausos dirigidos a elevar a la categoría de “santos” a quienes por debajo todos reconocen como engendros del mal.
Y así estamos, rumiando las consecuencias de la falta de conciencia colectiva, sumando tropiezos y caídas, girando en un círculo donde sólo se destaca el que se las ingenia para estar arriba, aún a costa del sacrificio de quienes -movidos por la costumbre- cargan con el yugo del pesimismo que les impide pensar que tienen en sus manos el poder para cambiar el destino de la sociedad.
Son muchos, y crecen cada vez más, a la par con sus necesidades. Son los marginados de las políticas sociales, los que llenos de calamidades esperan con vehemencia los procesos electorales para escuchar los rosarios de promesas que en poco tiempo caerán en el depósito de los sacos rotos.
Son esos, los humildes, los que gravitan por los espacios inhóspitos, los que malviven sin ningún tipo de servicios, los que aún en medio del abandono tienen oídos para escuchar, y esperan cada cuatro años el sonido envolvente de una oportunidad.
Es por esa razón que bailamos el mismo son, con los mismos intérpretes y en los mismos escenarios.
De ahí que el mejor y único cambio, y que entendemos necesario, es el cambio de conciencia que se manifiesta en valorar al ser humano por su hoja de servicios desinteresados a su comunidad.
Sólo habrá cambio cuando los marginados sociales asuman con dignidad un proyecto de pueblo que reivindique sus derechos a recibir servicios de calidad. Y más aún, cuando despierten y tengan la madurez suficiente para entender que son los que tienen el poder y lo delegan en individuos que juran ante la Constitución y las leyes de la República, que van a cumplir con defender al pueblo. Sin embargo, sin una pizca de cumplimiento, y sin el menor remordimiento, vuelven a tocar las puertas de los sectores marginados. Entonces, no hay que tapar el sol para ocultar sus rayos a nuestro alrededor.