Aunque todos la señalan, la acusan y maldicen, ella sigue adelante su agitado curso, saqueando, robando y cargando con los recursos de ciudadanos que han sido abandonados a su suerte, sin las más mínimas posibilidades de desarrollo.
Ella, y solo ella, disfrazada de servidora pulcra, ha entrado a la administración pública para estafar a los incautos que por años han creído en sus discursos. Jueces, fiscales y miembros de organismos oficiales han tenido la oportunidad de apresarla, sentenciarla y castigarla como Dios manda, pero su poder es tan fuerte que la vemos pasearse sonriente, sin temor a quienes la acusan. Todo lo contrario, ella maneja los resortes de la opinión pública, conquista periodistas y hasta medios de comunicación con el deliberado propósito de hacerse la víctima con el socorrido cuento de la “retaliación política”.
A ella se conoce con el nombre de CORRUPCIÓN. Desde que inició sus andanzas se le relaciona con el mundo de la política y el enriquecimiento ilícito. Es decir, con el dinero.
Sin embargo, la corrupción se ha diversificado para llegar más lejos. Y aunque su punto fuerte es la política, por aquello de ingresar a la administración pública para cargar con el dinero del pueblo, también la encontramos en la justicia, como vía de defensa para evadir condenas. La realidad indica que la corrupción se moviliza en tres grandes factores que debemos reconocer: y son, el dinero, el sexo y el poder.
Bajo ese reconocimiento, la lucha que nos convoca debe estar enfocada en atacar sus raíces, denunciando sus acciones y dando seguimiento a la justicia.
Ya estamos cansados de escuchar que la corrupción se ha llevado miles de millones de pesos, que la corrupción impide el progreso de la nación, que no hay castigo para la corrupción y que todo el que llega al Estado sale salpicado.
Por eso, más que seguir lamentando, los ciudadanos debemos estar atentos, observando lo que está ocurriendo en el ámbito judicial, porque a la corrupción se le debe castigar.