Nadie podía imaginar que el centro de la ciudad capital se llegaría a inundar. Nunca había ocurrido. Por tanto, sin anuncios de tormentas, sin pronósticos a la vista, pensar en esa posibilidad sólo se le ocurriría a los pesimistas.
Y es que las temporadas de lluvias sólo asustan, atormentan y preocupan a quienes por fuerzas de las carencias se mudan a los barrios que circundan la ciudad de Santo Domingo. Es ahí donde comúnmente ocurren los desastres naturales por culpa de las crecidas repentinas de los ríos, arroyos y cañadas. Sin embargo, el pasado viernes, como una contradicción inesperada, la ciudad resultó inundada por las intensas lluvias que cayeron como castigo en todo el polígono central, causando daños irreparables, como las muertes de ochos seres humanos que fueron arrastrados por las aguas.
Lo ocurrido el pasado viernes invita a reflexionar sobre la necesidad de invertir en el drenaje pluvial para evitar inundaciones repentinas. No queremos imaginar lo que pudiera ocurrir en caso de una vaguada o tormenta tropical que llegara a impactar el territorio nacional provocando aguaceros prolongados, cuando en menos de tres horas sufrimos los estragos dejados como señal del deterioro ambiental que hemos causado.
Sin ánimo de exagerar, el país está expuesto a sufrir catástrofes naturales por los graves efectos de nuestros actos. Vivimos dañando el espacio, arrojando desperdicios, contaminando, talando los bosques, creando vertederos, degradando el suelo y construyendo edificaciones sin criterios medioambientales. Es decir, para los daños que estamos causando, la respuesta de la naturaleza se traduce en tragedias.
Ya perdimos ocho personas, mientras que las pérdidas materiales aún están por evaluarse. Sabemos que las situaciones climáticas son cambiantes, que vivimos bajo los efectos de fenómenos como El Niño y La Niña, y que cuando se producen grandes cantidades de lluvias tiende a colapsar el drenaje pluvial. Sin embargo, ahora que sentimos el filo de la tragedia, entendemos que el gobierno central está llamado a colaborar con los ayuntamientos para preservar la vida de los ciudadanos.
De ahí la necesidad de invertir en la construcción de modernos sistemas de drenajes. Y sobre todo, porque las autoridades deben tomar como lección que la mejor inversión está en la prevención. Así evitamos las muertes de personas, y las cuantiosas pérdidas materiales. De hecho, el peor lastre de nuestra democracia es que los gobiernos reniegan de invertir para prevenir. Y peor aún, pocos asumen construir obras soterradas como sistema de alcantarillado, cloacas y drenajes. Ahora que el presidente Luis Abinader se encontró de frente con el problema, tenemos derecho a pensar que asumirá la responsabilidad de invertir para solucionar lo que en medio siglo nadie ha querido enfrentar.