No se trata de una visita inesperada. Cada año se presenta desafiante con la intención de atemorizarnos. Ya la conocemos. Sabemos que viene acompañada, pero a veces nos alcanza desprevenidos, sin prepararnos, esperando que llegue y salga sin causar estragos. De nuevo ha llegado. Estamos frente a la temporada ciclónica. La que fija su prolongada estadía hasta el 30 de noviembre. Y como siempre, viene con presagios de tormentas, con muchas probabilidades de lluvia y con la intención de afectar la convivencia de una población que por tradición presta poca atención a las medidas de prevención. De ahí el desafío de las autoridades para orientar a las familias que residen en lugares vulnerables. Ya los predictores meteorológicos vaticinan unas 17 tormentas, de las cuales cuatro podrían convertirse en huracanes. Esos son los pronósticos para el Atlántico. Sin embargo, el peligro es mayor para la región del Caribe, porque estamos en la ruta de las tormentas tropicales. Entonces, desde que llega la temporada debemos prepararnos, tomar medidas, escuchar los avisos de los organismos de socorro y crear conciencia sobre la importancia de la vida por encima de los bienes materiales. Entendiendo que estos últimos son recuperables.
Llegó la temporada ciclónica, la inquilina que durante cinco meses convivirá con nosotros. Sabemos dónde están los sectores vulnerables, las áreas de riesgos por inundaciones, las comunidades que ante la menor lluvia quedan incomunicadas y las zonas más propensas a ser afectadas por las tormentas. Obviamente, también hay otras razones para preocuparnos porque las lluvias producen estanques de aguas que sirven de hospederos del mosquito transmisor del dengue y otras enfermedades epidémicas.
Ahora que llegó ella, más que temor, debemos recibirla con mucha atención, tomando en cuenta que la prevención nos permitirá despedirla sin que cause daños a nuestra población.