No es posible ocultar la realidad con palabras rebuscadas, como aquellas impuestas por el nuevo sistema penitenciario, donde la semántica y la gramática procuran de apartarnos de la verdad que aflora en esos centros. Sí, porque ahora a los presos debemos llamarlos internos, conforme al nuevo modelo que tiene el propósito de regenerarlos para devolverlos a la sociedad en condiciones distintas, con una profesión técnica, con el reconocimiento de asumir un cambio de vida. Por lo menos ese es el objetivo. Pero del dicho al hecho hay un largo trecho.
Ya conocemos el informe de la Oficina Nacional de la Defensa Pública, donde se presenta el oscuro panorama de la mayoría de las cárceles.
Sin embargo, no sólo se trata del hacinamiento generalizado, de las precarias infraestructuras, de las carencias de servicios y el cúmulo de inmundicias que envuelven a estos recintos. Hoy, a todo esto se agrega la falta de humanidad de quienes están llamados a brindar seguridad a los reclusos. Peor aún, algunas prácticas que creíamos superadas, se siguen implementando, como la denominada “plancha”.
Así lo denunciaron varios internos a través de un video colgado en las redes sociales. Según expresan, en la cárcel local los han mantenido por largo tiempo en la celda de castigo denominada “la plancha”, un hueco de cemento concebido para castigar a quienes por una u otra razón violan las normas impuestas por los custodios de la cárcel. Obviamente, para aquellos que entienden que los reclusos no son seres humanos, de poco sirve este reclamo.
Es por eso que hablamos por ellos, en demanda de que se respeten sus derechos, sin la excusa de que son delincuentes peligrosos. ¿Acaso el sistema penitenciario no está en condiciones de regenerarlos? ¿Cómo podemos seguir reproduciendo los hechos más degradantes, sacando delincuentes de las calles que luego son devueltos a la sociedad con un máster en criminalidad? De ahí el llamado urgente a las autoridades, a nuestra gobernadora provincial, a los legisladores y a la clase empresarial, para que juntos coloquemos en la agenda del gobierno la construcción de un centro penitencia modelo, como lo reclama el pueblo, para ofrecer un trato humano a los cientos de reclusos que viven hacinados en una cárcel sobrepoblada. Ese centro, una vez construido en las afueras de la ciudad, nos quitará la vergüenza de tener en la entrada, al lado de la comandancia regional de la Policía Nacional, el vertedero de aguas residuales que causa enfermedades a los residentes de los barrios cercanos, ya que los referidos desechos son lanzados en el mismo lecho del río. De ahí el desafío de unirnos para solucionar este problema.