Desprovistos de la condición de persona, los mediocres se caracterizan por acumular los más aberrantes sentimientos, cayendo en el fango ominoso de las maquinaciones perversas contra aquellos que por méritos y esfuerzos son dignos de reconocimiento. Son elementos que sufren el éxito ajeno y se retuercen de envidia, llenándose de odio contra aquellos que muestran cualidades que son valoradas por la sociedad. Son reptiles pestilentes, sin principios ni moral, incapaces de aportar a la comunidad. Por el contrario, el propósito mezquino del mediocre es causar daño a quienes ven como amenaza a su falso liderazgo. Es así como el mediocre se inclina por inventar las más repulsivas historias, para intentar dañar la trayectoria de personas que se han ganado un sitial preferencial en la sociedad. Sufren el triunfo de los demás, atrofiados por traumas psicosociales que les llevan a cambiar constantemente de posición, y sin base de sustentación terminan vendiendo sus servicios al mejor postor. Ya lo hemos dicho: son mercenarios que aprovechan la brecha de las redes sociales para desnudar sus bajos instintos.
Por fortuna, en pueblo chico, todos nos conocemos. De ahí el llamado a ignorarlos, elevando más alto la bandera decorosa de los principios afianzados en la dignidad que se distancia de la mediocridad.
Obviamente, la radiografía de los susodichos individuos la encontramos en la obra del sociólogo José Ingenieros, quien resalta como rasgo esencial del hombre mediocre, la incapacidad para concebir ideales nobles. Entonces, llegó la hora de identificarlos.