Entre tantas cosas, lo que más nos falta es actuar de manera responsable, sin importar el lugar donde nos corresponda. Si es en el rol de padres, más que simples reproductores de vidas, debemos asumir el rol de conducir a la familia con total entrega, sirviendo de ejemplo a nuestros hijos, velando por ellos y orientando de manera correcta para aportar a la sociedad seres humanos íntegros, respetuosos y solidarios; es decir, formados en la cantera de los principios que enarbolaban nuestros antepasados, y que se constituían en las más valiosas prendas que servían de referentes sociales, a la hora de presentarnos.
Hoy estamos perdiendo, bajo el socorrido argumento de la modernidad, las bases que sostenían la convivencia en la familia. Hogares donde la comunicación padre-hijos está ausente, madres divorciadas de la función primaria de educar a sus niñas, y que no observan las actitudes que definen el comportamiento de adolescentes, en el tránsito inexorable hacia la adultez. Padres empeñados en proveer alimentos, pero que descuidan encaminar a sus hijos para que sean ciudadanos de bien, respetuosos de la ley y celosos guardianes de la familia. Hijos humanizados, temerosos de Dios y amantes de la justicia.
Cuando vemos las noticias de niñas embarazadas, de crímenes desgarradores donde las víctimas son adolescentes menores de edad, de infantes atrapados en pandillas que los conducen al bajo mundo de la delincuencia, más el bombardeo incesante de elementos pornográficos que son servidos por los medios de comunicación que penetran al hogar para trastornar la convivencia familiar, son apenas unos de los tantos elementos que degradan a la sociedad. Sentimos con preocupación cómo muchas madres empujan a sus niñas a actuar como personas adultas, preparándolas para los famosos reinados de fiestas patronales, donde deben mostrar sus atributos físicos en pasarelas rodeadas de individuos ingiriendo bebidas alcohólicas.
Madres que las empujan a salir a las calles con ropas inadecuadas para la edad, y que para colmo, les permiten divertirse a altas horas de la noche en centros de recreación a merced de las tentaciones que se presentan. Y así nos quejamos y nos lamentamos de las tragedias, del auge de la delincuencia y de los crecientes signos de violencia que arropan a la sociedad.
Si por lo menos prestáramos atención a la familia, comenzando por respetar el rol de padres, atendiendo y orientando a los hijos, al tiempo de recibir la colaboración de un Estado que haga cumplir las normativas legales que favorecen respetar los derechos de niños, niñas y adolescentes. Sin embargo, hay que comenzar por sanear la familia porque desde ella se reproduce lo que llega a toda la sociedad.