Cuando se habla de contaminación en los espacios urbanos, como es de suponer, pensamos en la inmensa cantidad de basura que genera la población, y peor aún, en el manejo irresponsable que le dan las autoridades y los propios ciudadanos, al cúmulo de desechos que son vertidos, en la mayoría de los casos, en vertederos improvisados que afectan la salud de los mismos comunitarios.
En las grandes ciudades, donde el crecimiento poblacional se ha desbordado, es donde se advierten los mayores niveles de contaminación, a causa de la concentración y falta de organización en que se desenvuelve la población.
Y es que las políticas urbanísticas lucen decorativas ante la falta de voluntad de las autoridades para su aplicación. Así encontramos individuos, cuyos negocios ensucian y dañan la imagen de la ciudad, instituciones estatales que rehúsan trabajar para higienizar la ciudad, juntas de vecinos que sólo existen para buscar obras del Presupuesto Participativo, y funcionarios desvinculados de los sectores menos favorecidos.
En ese cuadro desalentador, resurge la otra cara de la contaminación, la que daña los oídos, la que para muchos pasa inadvertida, y hasta causa satisfacción. Se trata de la contaminación por ruido. Una desgracia que se reproduce con la anuencia de las autoridades. Baní se está convirtiendo en un modelo arrabalizado de ciudad desprotegida, donde a cualquier individuo sin criterios definidos se le aprueba instalar un centro de diversión sin un estudio de factibilidad, ante la ausencia de un plan regulador que oriente dónde, cómo y qué podemos construir en la ciudad. Y así no podemos continuar.
Los regidores, como responsables de las aprobaciones, están llenando el centro y la entrada de la ciudad de estos centros que sólo sirven de incubadoras de malos ejemplos. Y así, la ciudad que ayer era modelo de sana convivencia, se va muriendo. Mientras tanto, nos estamos quedando sordos, las autoridades están sordas y los regidores parece que sólo entienden las señas de quienes buscan que les aprueben estos centros que apuntan hacia la otra cara de la contaminación más aberrante.