Desde que tenemos uso de razón venimos escuchando de manera recurrente “que nadie más habla después que lo hace el presidente”. Por lo menos es lo que establece el protocolo de Estado, al igual que la lógica humana. Sin embargo, resulta insólito el penoso espectáculo protagonizado por el ministerio de Salud Pública, donde contradicen parte de los pronunciamientos del presidente de la República, dejando el mensaje errado de las contradicciones en los protocolos sanitarios frente al COVID-19.
Es decir, el discurso del presidente, con su estilo directo, ágil, breve y transparente, fue acogido por la gente de forma positiva, entendiendo que el mismo fue el resultado de un estudio científico, consensuado con el organismo de salud del gobierno dominicano.
Obviamente, el hecho de que horas después saliera otro pronunciamiento distinto al emitido por el Ejecutivo es una señal de incoherencia frente a un pueblo que desea integrarse de manera gradual a la cotidianidad.
Es cierto que los índices de letalidad han bajado estrepitosamente como resultado de los esfuerzos del gobierno para vacunar a la población. Pero en lo que todos están de acuerdo, es que aún el final del Covid no ha llegado, por lo que es riesgoso y peligroso dejar en manos de la población la decisión de cumplir o no con el uso de las mascarillas como medida de prevención. En esto coinciden médicos del sector público y privado.
En realidad, cuando afloran estas debilidades, se le da pie a los opositores para que cuestionen las medidas adoptadas tildándolas de improvisadas, aunque estén sustentadas en mediciones reales.
Y como es natural, en la lucha política el rol de la oposición es atacar las debilidades que presenta el adversario, cuando se producen pifias e incoherencias, quienes las cometen pagan las consecuencias.
Entre tanto, todo esto ocurre en momentos en que la oposición comienza a mostrar la intención de enfrentar al gobierno, entendiendo que el presidente Luis Abinader, se montó en el carro de la reelección. De ahí que en lo adelante, sería mejor actuar con mayor firmeza para no caer en la debacle de las incoherencias que tanto afectan. Para ello, la última palabra la tendrá siempre el presidente, el que debe colocarse en el peldaño más alto, atendiendo a la majestad de su cargo como jefe supremo del Estado.
Ojalá que no continúen repitiéndose estos bochornosos espectáculos donde funcionarios subalternos contradicen el discurso del presidente.