Hasta hace unos años la población utilizaba como mecanismos de presión las marchas, paradas cívicas y concentraciones, para llamar la atención de las autoridades frente a determinadas problemáticas de carácter social o políticas que debían ser atendidas por el Estado.
Las acciones coordinadas, en la mayoría de las veces, por organizaciones no gubernamentales, terminaban siendo reprimidas por los organismos coercitivos al servicio del Estado.
Y muchos eran apresados bajo la acusación de perturbadores de la paz y el orden. Esa era una de las circunstancias que debía afrontar el liderazgo social a la hora de planificar los métodos a utilizar. Obviamente, la naturaleza de la lucha era expuesta frente a los medios de comunicación, dejando atrás la sorpresa de la manifestación.
En esta ocasión, cuando la población está asentada en la modernidad, aprovechando las facilidades de la Era Digital, han quedado en el pasado los tradicionales mecanismos de presión que requerían altos niveles de organización, incluyendo gastos de promoción y movilización.
Ahora las demandas de los grupos comunitarios, profesionales y de cualquier ámbito de la vida política, cultural o productiva, se hacen a través de las redes sociales, llegando en menor tiempo, a veces de manera espontánea, sin inversión de recursos y sin salir a las calles, causando efectos devastadores, como el cambio de rumbo de la política económica, impositiva o de inversión pública en áreas objeto de críticas y cuestionamientos de los ciudadanos.
El efecto directo de la presión mediática montada por las redes sociales, tiende a afectar la imagen de funcionarios, gobiernos, empresas y figuras públicas, así como también, sirven para resaltar las buenas obras que sirven de ejemplo en una demarcación. Es decir, el agridulce poder de las redes sociales, cuando es bien manejado contribuye a fortalecer el sistema democrático. Sin lugar a dudas, el presidente Luis Abinader, al igual que muchos de sus homólogos de Latinoamérica, conocen y respetan la fuerza de las redes sociales en la toma de decisiones.
Y no se trata de congraciarse o asumir posturas populistas, sino que traza el camino de escuchar las críticas constructivas que permiten gobernar con el respaldo de la mayoría.
El poder de las redes ha transformado el estilo tradicional de gobernar. Es por ello que nadie puede sorprenderse cuando una medida del gobierno es revisada y luego revocada. Como tampoco nadie puede actuar bajo el manto de la impunidad sin que sus actos salgan a la luz por medio de un twit, o un post que al final se vuelve viral. Desde esa realidad, es más que entendible que desde el patíbulo de las redes sociales se haya sentenciado y ejecutado la honra y el honor de figuras que invocaban hasta el día de hoy su condición de honorabilidad.
Entre tanto, por la presión mediática, vemos cómo hasta ministros, son conminados a tomar licencia de sus cargos para someterse al escrutinio de la justicia.
¡Y todo gracias a las redes sociales!